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Libre me quiero

  • Foto del escritor: Camila
    Camila
  • 5 abr 2020
  • 2 Min. de lectura

Durante este encierro por el coronavirus, más allá de la calle me he encerrado en mí y no de manera saludable. Me encuentro con los demonios de mi mente, durante las noches las lágrimas son mis únicas acompañantes, estoy dentro de cuatro paredes pero la ansiedad me hace volar, estoy en casa con mi familia pero me aislo porque convivir es más difícil cuando no puedo ni conmigo misma… Estoy encerrada en un mundo oscuro que nadie puede ver. Anoche los fantasmas del suicidio vinieron a visitarme. Ellos no tienen toque de queda como nosotros, ellos van y vienen cuando quieren. Es curioso porque nunca he pensado en cómo morir, solo siento un vacío enorme y un deseo culposo de que todo termine porque ya no tiene sentido la vida. Comencé a llorar por no poder controlar mis pensamientos, por la angustia que sentía en mi pecho y por lo sola que me he sentido estos últimos días. No es la soledad que todos piensan cuando escuchan esa palabra, es otro tipo. Estoy rodeada de mi familia y la tecnología me permite comunicarme con mis amigos, pero no me tengo a mí, no estoy allí para apoyarme, para cuidarme y para amarme. Ese es el tipo de soledad a la que me refiero cuando digo “me siento sola”. Aunque estoy cansada, desesperada y preocupada por estar encerrada durante esta pandemia, aunque cada día mi salud mental sea más frágil y todo parezca empeorar… hay algo dentro de mí que me motiva a seguir luchando. Ese algo se traduce en sentir de nuevo el viento sobre mi rostro mientras uso mi bicicleta, estar al lado de mi abuelita, sentir la energía transmitida al abrazar a las personas que quiero, reír a carcajadas con mis amigos en la cafetería de la universidad, reunirme con mis mejores amigas a tomar algo mientras nos olvidamos del tiempo, capturar momentos a través de una cámara con mis amigas, sentir esa libertad de ir a donde yo quiera sin importar la hora o el uso de mascarilla, conocer esos lugares a los que siempre he querido ir, bailar al ritmo de la música con personas que comparten el amor r la danza, ver una obra de teatro, ir al cine y recibir clases en un aula con varios escritorios y un pizarrón. Pero especialmente se traduce en arriesgarme a vivir. Porque si algo he aprendido durante estos días es que nada está asegurado, por lo que si dejamos para mañana eso que nos nos atrevemos a decir, hacer o intentar, puede que sea muy tarde.


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